El Canto Maldito de la Guacaba Desde las sombras de su modesta choza, Don Perucho percibió el lúgubre canto que cortaba la noche como un cuchillo en carne viva. La guacaba. Esa ave sombría que, según susurros ancestrales, no anunciaba simplemente la muerte... la invocaba con su voz maldita. Se decía que la parca misma se materializaba cuando el ave entonaba su macabro réquiem, o que las almas errantes regresaban del más allá para deambular entre los vivos, guiadas por aquel canto que helaba la sangre. Desde los albores de su juventud, Don Perucho había sido testigo de la terrible profecía. Cada vez que la guacaba alzaba su voz fantasmagórica, algún ser querido desaparecía para siempre de este mundo, llevándose consigo sus secretos y sus promesas. En esa tarde maldita, cuando el cielo se teñía de colores rojizos que anunciaban desgracia, el canto surgió nuevamente. Aterrorizado, Don Perucho se incorporó de su asiento y corrió hacia el exterior, mientras sus manos temblorosas lanzaban piedras y maldiciones. —¡Aparta de aquí, criatura del averno! ¡Ave de maleficio! —gritó con voz quebrada por el temor. Pero la guacaba, con una malicia que trascendía lo natural, saltaba impasible de rama en rama, afinando aún más su canto sepulcral que reverberaba entre los árboles como el eco de las campanas del juicio final: —Gua-caba... gua-caba... gua-caba... En su soledad absoluta, donde ni siquiera la señal de los teléfonos lograba penetrar aquel paraje olvidado por Dios, Don Perucho comprendió que el destino ya había sido escrito. Se resignó a escuchar el lamento del ave, sabiendo que cada nota lo acercaba inexorablemente a la tragedia. Cuando el sol comenzó a ocultarse tras las montañas, un vecino motorizado apareció en la distancia, como un mensajero de los dioses crueles. Su rostro, pálido como la cera, traía consigo las palabras que Don Perucho ya conocía: —Don Perucho, le traigo noticias que parten el alma... su patrón ha fallecido... La profecía se había cumplido una vez más. El canto de la guacaba nunca miente.