*Represión e Impunidad en el Estado Trujillo bajo la Administración de Gerardo Márquez*
La situación en el estado Trujillo, Venezuela, pinta un cuadro alarmante donde la persecución política ha escalado hasta configurar una estructura de poder que se percibe como hostil y adversaria a los propios ciudadanos. Este escenario, según la denuncia, se ve agravado por una impunidad institucional que no solo existe, sino que se transforma en el cómplice silencioso y tácito de las acciones represivas. Es una crítica directa a la desnaturalización del Estado regional, cuyo fin primario debería ser la protección y garantía de los derechos de sus habitantes, pero que, en cambio, se orienta hacia el control y la coerción.
El liderazgo político bajo el cual se desarrollaría este supuesto patrón de atropellos es el del actual gobernador, Gerardo Márquez.
Se puede sostener que la entidad federal trujillana se encuentra inmersa en una dinámica de gobernanza donde las herramientas del Estado son presuntamente desviadas para fines de control político y hostigamiento contra voces disidentes y la ciudadanía en general. La esencia de esta controversia radica en la presunción de que el aparato gubernamental, en lugar de ser un garante del orden constitucional y de los derechos fundamentales, ha sido instrumentalizado para ejercer una represión selectiva que busca sofocar cualquier forma de oposición o crítica a la gestión.
La persecución política no solo se manifiesta a través de detenciones arbitrarias o el uso desproporcionado de la fuerza pública, sino que también puede tomar formas más sutiles, pero igualmente devastadoras: la marginación administrativa, el uso sesgado de las instituciones judiciales, la intimidación a periodistas y defensores de derechos humanos, y la coacción económica. Estos métodos, en conjunto, dibujarían un entorno en el cual el miedo se convierte en un factor predominante en la vida cotidiana de los trujillanos.
En este contexto de vulneración, la impunidad institucional juega un papel central y corrosivo. No se trata simplemente de la ausencia de justicia; se configura como un mecanismo activo de blindaje para quienes ejercen la represión. Cuando las denuncias por abusos de poder no prosperan, cuando las investigaciones se estancan o son desestimadas de forma sistemática, se envía un mensaje inequívoco: los responsables de la represión operan con la certeza de que no serán sancionados. Esta falta de rendición de cuentas institucionaliza la represión, transformándola de un acto aislado a una política de facto.
Bajo la administración del gobernador Gerardo Márquez, la crítica sugiere que se ha consolidado un modelo donde la lealtad política se impone sobre la legalidad y el respeto a las garantías constitucionales. La dirección de un estado en estas condiciones exige un análisis riguroso sobre cómo las políticas y las directrices emanadas desde el Poder Ejecutivo Regional impactan en la convivencia social y el respeto al disenso. El señalamiento de que el Estado se torna un "enemigo de los ciudadanos" es una grave acusación que refleja una profunda crisis de confianza entre la población y sus gobernantes, una ruptura del contrato social fundamental donde el poder público es percibido como una amenaza más que como un protector. La responsabilidad de revertir este clima de desconfianza y de garantizar un auténtico Estado de Derecho recae, indudablemente, en la máxima autoridad regional, que es el gobernador Gerardo Márquez, y en todas las estructuras de poder que le son subordinadas o que deberían ejercer un contrapeso. La persistencia de la impunidad solo sirve para perpetuar y agravar el ciclo de la represión.
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